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¿Tuvimos un hijo

Capítulo 64
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Capítulo 64

Cuando al fin dieron las 4:30 de la tarde, Anastasia tomó su bolsa y dejó la compañía diez minutos antes

de lo usual. Esperaba poder tomar un taxi a las afueras del edificio; sin embargo, por alguna razon, no

había ninguno en el área. Estuvo a punto de caminar hacia la parada de los autobuses cercana cuando

vio un carro familiar acercarse a ella. Una de sus ventanas se bajó para dejar ver al conductor del vehíc

ulo, quien la observaba con una mirada penetrante mientras le decía:

–Subete.

– No, gracias.

Anastasia rechazó la oferta con un movimiento de su mano. Preferia tomar el camión; no obstante, el ho

mbre detuvo el carro y abrió la puerta para salir y aproximarse a ella. Sin saber lo que planeaba, y antes

de que pudiese reaccionar, Anastasia vio como abrió la puerta del copiloto y la tomó de la muñeca con r

apidez. Sin decir ni una palabra, la empujó hacia adentro.

– iOiga! iNo quiero subirme a su carro, Elías! –

Se quejó Anastasia. Nunca le había tocado lidiar con una persona tan insensible como él.

Elias la ignoró y, una vez que Anastasia ya se había acomodado dentro del carro, aunque algo reacia, c

erró la puerta del vehículo y presionó un botón en su llave. Con esa acción había cerrado con seguro las

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puertas, ocasionando que ella no pudiera escapar.

Ella lo observó con ojos angustiados, mientras él comenzaba a subirse al asiento del pasajero.

Sin hacerle caso a su mirada fulminadora, Elias arrancó el carro con elegancia y se alejaron del edificio.

Anastasia se rindió y se abrochó el cinturón; después de todo, ya no había tiempo para perder debido a

que ya se había hecho tarde para ir a recoger a Alejandro a la escuela.

El que sea mi jefe y me haya ayudado mucho antes no significa que tenga el derecho para faltarme al re

speto de esta forma – reclamó Anastasia, irritada.

–Hubiera sido más razonable si tú hubieras actuado con más obediencia –

contestó Elías con seriedad mientras mantenía sus ojos sobre el camino.

– ¿Y qué ha hecho para merecer mi obediencia? –cuestionó Anastasia, incrédula.

– Nunca he sido bueno manejando el rechazo –

explicó Elías a secas mientras le lanzaba una mirada de reojo.

Ella sintió la necesidad de bufar en su cara, puesto que, como se esperaba, no había modo de hacer ent

rar en razón a ese hombre. Decidió cambiar el tema y, en un tono malicioso, terminó preguntando:

–Así que, ¿cuáles fueron los daños ocasionados por su novia? ¿Ahora es una idiota certificada?

–Helen no es mi novia. Solo es alguien por quien me preocupo –

contestó Elías sin dejar que le afectara.

– No sea así. Puede admitir que están juntos de manera romántica. Los he visto abrazarse y todo ero–

bufó Anastasia

–Eso es entre ella y yo —

comentó, frunciendo. Por alguna razón, no estaba de humor para compartir los detalles de su relación c

on Helen.

–Bueno! Entonces, es más que se acostó con ella, ¿cierto?

Anastasia no perdió el tiempo para ir al punto. Él se limitó a tensar su postura y retirar toda su mirada de

ella, como si así también pudiese evadir su pregunta.

–¿No sabe si se acostó con ella? –presionó Anastasia. No quería que dejarán ir este tema.

* ¿Estará intentando mostrarme lo inocente que es? ¿Por qué no admite que si han dormido juntos?»

– No quiero hablar de esto –contestó con firmeza.

– No sea así. Hágase responsable de sus acciones. Todos los hombres son basura. –

Se quejó Anastasia.

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No obstante, Elías no se dejó llevar por sus palabras. Sabía que la hostilidad de Anastasia estaba justific

ada.

–Oye, no nos generalices de ese modo – comentó sin saber qué más decir.

O nos

Se II

Com

Anastasia mordió su labio y se quedó callada. La situación le había recordado a su propio problema. Al m

«iMientras tanto, espero que la sabandija que me arruinó hace cinco años se pudra en el infierno!».

No tardaron en llegar a las puertas de la escuela. Anastasia se bajó del carro y entró al edificio para reco

–Hola, señor Palomares – saludó el niño una vez estuvo dentro.

Elías se giró para revisar al pequeño, quien lucía adorable y arreglado con su uniforme. No pudo evitar im

– iBuen trabajo, cariño! Sigue haciendo tu mayor esfuerzo.

–iMuy bien! –contestó Alejandro con decisión.

Una vez estuvieron sentados en la mesa del restaurante, Anastasia comenzó a ordenar con rapidez. D

En otra mesa, no muy lejos de ellos, se encontraba la jovencita que había humillado a Anastasia duran

se había hecho popular entre las otras damas y jóvenes del evento de élite después

de que se nombrara a sí misma como la cita de Elías;

pues al final de todo, era su intención escalar entre las altas élites de la sociedad. La joven reconoció de inmediato a Anastasia, ya que desde la exhib

«Él se encargó de cuidarla durante la exhibición y ahora aquí está con ella de nuevo, cenando en priva